jueves, 18 de junio de 2020

Viaje por Portugal

LISBOA, QUÉ BELLA ERES


Hola, estimados lectores. 


Quiero contarles que la semana pasada fue un poco movida, porque por fin, luego de mucho tiempo, las restricciones en Madrid se relajaron un poco, así que me dediqué a caminar y a conocer la ciudad, que es hermosa. Además de eso, el clima primaveral tiene ese poder mágico que enamora a cualquiera. Debido a estos paseos que no había podido hacer durante mucho tiempo, no alcancé a continuar con el relato de mi aventura por Europa. Pero aquí estoy y esta vez los llevaré a Portugal.


Como les dije en la entrada anterior, mi visita por tierras portuguesas fue perfecta: disfruté de cada momento que estuve allí. Fueron tres días inolvidables por diferentes razones; una de ellas fue la posibilidad de no usar ropa de invierno, porque el clima era cálido y acogedor. Luego de haber pasado frío y de casi no ver el sol durante dos meses en los Países Bajos ni en Alemania, llegar a Lisboa y sentir la libertad de andar tranquilamente solo con una camiseta, un pantalón y unos tenis se sintió increíble. 


Pero antes de continuar, les cuento cómo llegué a Lisboa. Había comprado un pasaje en bus con una empresa muy buena. El bus saldría de la estación de buses de Madrid a las 2:00 a.m. y llegaría a Lisboa a eso de las 9:00 a.m., más o menos. No tenía un destino fijo al llegar a mi destino, pero sí que tenía un lugar para pasar las tres noches que estaría allí: en casa de un amigo, casi familia. 


Como les decía, el bus saldría a la madrugada y, como sabrán, tomar un bus en la madrugada no es tan cómodo, porque, las veces que lo hice, pasé un poco de frío y, por obvias razones, no se descansa nada. Esta vez, mientras esperaba en la estación de Madrid, intentaba no quedarme dormido. Caminaba, subía y bajaba las escaleras, intentaba hacer que el tiempo pasara rápido. Sin embargo, a eso de las 12 nos dijeron que iban a cerrar la estación, así que debíamos ir al lugar donde se toman los autobuses, que era un piso abajo y en donde había muy pocas sillas. Era un lugar estrecho, no muy largo y sin nada que ver, más allá de unos cuantos buses estacionados, a veces recogiendo gente. Decidí sentarme en el piso y esperar con paciencia a que el bus con destino a Lisboa llegara. 


De repente, alguien me despertó con las siguientes palabras: "¿Va a Lisboa? El bus ya se va". Se imaginarán lo que sentí en ese momento. Afortunadamente, cuando llegué al bus, aún se estaban subiendo los últimos pasajeros, entonces no tuve problemas. Arrancamos.


Pasó la madrugada y mi primer recuerdo de Portugal es una tienda hermosa en donde hicimos una parada para desayunar. Allí se respiraba un aire muy tranquilo, como de campo; me encantó ese lugar, pero es una lástima que no recuerde su nombre. Me quedará en la memoria esa hermosa casa blanca con puertas de madera clara y suelo de baldosa un poco vino tinto; todo combinaba perfectamente. Además, fue mi primera experiencia con el portugués y, a decir verdad, me sentí bastante cómodo comunicándome en ese idioma.


Como estaba planeado, llegamos a Lisboa a la hora estimada. Cuando se llega por tierra, se atraviesa un puente que cruza el río Tejo. En esa época del año, inicios de marzo, aún amanece tarde, entonces el sol hasta ahora se asomaba. Esto me permitió ver una de las postales más bellas que vi durante todo mi viaje: imagínense el sol naciente que ilumina el río, mientras uno lo atraviesa por un puente que pareciera que flota por sobre las aguas calmas durante una buena cantidad de minutos. Gran bienvenida me dio Lisboa. 


Llegué y tomé el metro hacia el centro: quería aprovechar todo el día para caminar y conocer, así que eso hice. Por cierto, mi equipaje esta vez era solo una mochila pequeña y mi calzado eran unos tenis bastante apropiados para caminar (completamente lo opuesto a los viajes anteriores, en los cuales debía andar con todo el equipaje y con unas botas inv(f)ernales). Estas son algunas fotos de mi primer día en Lisboa.





Por favor, que nunca falte el Jäger.



Yo sé: soy un mal turista, porque no me acuerdo del nombre de esos lugares y, mucho menos, de su historia, pero eso no importa, porque en verdad disfruté mucho de su visita y siempre estarán en mi memoria.


Al día siguiente, mi amigo me invitó a Fátima, una ciudad encantadora llena de misticismo por las apariciones de la Virgen ante unos niños hace bastantes años. Fuimos con su familia, así que fue un paseo muy agradable y enriquecedor. Allí compré algunos detalles que, por suerte, pasaron la prueba de la cuarentena en España (pero solo porque no se podían comer). En fin, les agradezco a mi amigo y a su familia, porque mejor no pude estar en Lisboa.



Mi tercer día en Portugal no dejó de ser mágico. Volví a caminar por la ribera del Tejo, comí unos pasteles que se llaman pastéis de Belém (pastel de nata) y me tomé unas cervezas en la noche; perfecto. 








Al día siguiente tuve que decirle adiós a esta hermosa ciudad, una de las más lindas, si no la más linda que haya conocido. Volveré, Lisboa, porque sé que hay más magia en ti. 


Llegué a España y, a los pocos días, declararon el estado de alarma. Hasta ahí llegó mi tiempo de turista, pero empezó una etapa de mi vida inolvidable, en la que decidí retomar este bello ejercicio de escribir. 


Bien, hasta aquí llega esta parte de la aventura. Espero que la hayan disfrutado tanto como yo. En la próxima entrada les hablaré un poco de mi tiempo en Madrid junto a mi hermano y mi cuñada. 


Que sean felices.


Mauricio Téllez G.


viernes, 5 de junio de 2020

Viaje por Alemania VI

LLEGANDO AL DESTINO


Hola, queridos lectores. 


Estamos cerca de Madrid, que era mi destino, aunque más adelante haya ido a Lisboa. 


Luego de despedirme con un poco de nostalgia de Colonia, tomé el bus que me llevaría a Múnich por solo 1 euro. El bus salía a las 2:00 p.m. desde la estación de buses, que es en el aeropuerto (lugar en donde dormí unas horas tras mi llegada a Alemania a finales de enero). Salí a eso de las 12 del lugar en donde me hospedaba y tomé el metro, que, según una aplicación, se tardaría media hora en el trayecto. Si a esa media hora le sumaba los tramos que debía caminar, el peso de mi equipaje y no saber el sitio de partida exacto, creo que salir dos horas antes fue una buena decisión. 


Cuando llegué al aeropuerto, estaba un poco perdido, porque no veía ningún aviso que me diera indicaciones, así que, como estaba en un extremo y ese no parecía ser el lugar, empecé a atravesar el edificio; afortunadamente no es tan grande como otros aeropuertos.


Caminé bastante, o por lo menos así me pareció; el peso de la maleta se hacía cada vez más difícil de llevar e incluso pensé en arrastrarla, pero no fue para tanto. Como no encontraba la estación y la hora de partida se acercaba, decidí preguntarle a un policía, quien muy amable me indicó la dirección. Llegué al lugar y tuve tiempo de sentarme diez minutos en la misma silla en donde había dormido un mes atrás. Esperé un poco y luego abordé el bus. 


Tras nueve horas y media de viaje, llegué a Múnich. Como eran las 11:30 p.m., no se veía nada a través de las ventanas. Sin embargo, yo estaba pendiente del mapa, porque marcaba que, hacia la derecha del camino, aparecería en cualquier momento el Allianz Arena, estadio del equipo de fútbol mundialmente reconocido Bayer Múnich. Así fue. De la nada, como si fuera una sorpresa que la vida me estuviera regalando, apareció al costado una luz roja que iluminaba esa estructura peculiar; lástima que el bus fuera tan rápido y que los árboles que hay al costado de la carretara no me dejaron apreciarlo. Sin embargo, sabía que al otro día estaría allí, si bien no en la noche, al menos estaría allí.


Llegué a la Estación Central de Autobuses de Múnich a las 11:45 p.m. Allí, un gran amigo me recogería y me llevaría a su casa. El problema era que yo no tenía internet y no había forma de comunicarnos, así que me tocó, como en muchas ocasiones durante el viaje, confiar en el instinto: sentía que no debía salir de la estación, porque en cualquier momento Santi, mi amigo, aparecería. Y sucedió. Me dio mucha alegría verlo, porque sabía que en su casa iba a poder descansar y recargar energías para el día siguiente, pues tenía muchos planes para hacer en la ciudad (había que sacarle el máximo provecho a Múnich en un día).


Tomamos un tranvía que nos dejó cerca de su casa. Yo estaba cansado, pero maravillado con la ciudad y con el clima, porque, por primera vez, veía nevar. Como buen primíparo de la nieve, no dudé en tomar una foto: la primera de Múnich.



Esa noche, cuando descargué el equipaje y tomé un poco de aire, Santi me invitó a dar un paseo. Sí, en la noche (más de media noche), con nieve en el suelo, cansado... Pero por supuesto acepté la invitación: no todos los días se puede dar un paseo por Múnich a la 1:00 a.m. en pleno invierno. Caminamos y hablamos mucho. Fuimos a una montaña que me pareció tenebrosa, porque tenía muy pocas luces y estaba totalmente desolada, al menos de humanos, porque podía ver conejos que saltaban libremente por la nieve. Desde la cima de esta montaña se alcanza a ver toda la ciudad y pensé en lo afortunado que era por tener esa experiencia. Sin lugar a dudas, de no haber estado con Santi, no hubiera vivido eso.


El día siguiente fue un día como ya me lo esperaba: caminar y tomar fotos, caminar y tomar fotos. Lo que no me esperaba era que Santi tuviera un par de cámaras tan impresionantes con las cuales tomó las fotos que están a continuación.




La primera parada del día fue el Allianz Arena, un estadio majestuoso capaz de sorprender a cualquier persona. Esta vez no hice el tour, como lo hice en el RheinEnergieStadion y en el BayArena, porque el tiempo y el dinero eran reducidos. Lo que hicimos fue entrar a la tienda que hay al interior del estadio. Es impresionante la cantidad de artículos que venden y, en algunos casos, el precio (para unos artículos, muy caro; y para otros, muy barato). No compré nada; solo me deleité viendo cada detalle del lugar.






La siguiente parada fue el centro de la ciudad. Hay una iglesia, a cuya torre se puede subir. Me acordé de la torre de la Catedral de Colonia, aunque creo que la de Múnich no es tan alta ni tan imponente; no obstante, no deja de sorprender la vista maravillosa que ofrece. En cuanto a las calles, quedé enamorado, porque todo luce impecable, claro, lúcido (no es el caso de Colonia). Pasamos por una calle en donde están algunas de las tiendas más caras de Alemania, y cómo no van a serlo, si se pueden ver artículos de 80.000 euros exhibidos en las vitrinas, como si nada. Es increíble pensar que hay personas que van a hacer compras cotidianamente a esos lugares, mientras que hay otras a quienes, por más duro que trabajen, no les alcanza la vida para tener todo ese dinero... En fin... Centro de Múnich: hecho.


Llegamos a casa para descansar un poco. Según el pronóstico, hacia las 5:00 p.m. nevaría, y eso me tenía entusiasmado, de modo que, tan pronto empezó a caer una llovizna que antecedió a la nieve, tomamos nuestros paraguas y salimos a caminar. Hicimos el mismo recorrido que la noche anterior, solo que ahora había luz y más nieve. Este es el resultado:




Yo también tomé algunas fotos durante el paseo en medio de la nieve.






La nieve me pareció hermosa, aunque sentí mucho frío. Afortunadamente, tenía la ropa térmica y los zapatos que otrora me lastimaban. 


En casa, ya de noche, tomé un baño reconfortante, pues era el último que tomaría antes de partir hacia Madrid, o sea, más de veinticuatro horas de trayecto en bus. Lo único que comería durante todo el camino serían unos sándwiches que preparé junto a Santi y los amigos con quienes vive. El bus partía desde la Estación Central a las 2:00 a.m., pero no quería incomodar a mi amigo ni hacerlo esperar despierto hasta esa hora, porque tenía que trabajar al otro día, así que salí de allí a las 10:30 p.m.


Tenía previsto caminar hasta la estación, que no quedaba tan lejos; además, a esa hora ya era difícil tomar transporte y tampoco quería llegar tan rápido. Lo único malo fue que esa noche hubo tormenta y al frío se le sumó el viento más fuerte que yo haya sentido. Caminar era difícil, porque el viento me movía a su parecer. No obstante, llegué a la estación de trenes y allí me resguardé un poco. Afortunadamente era muy cerca una estación de la otra. 


Cuando vi la oportunidad, volví a la calle para llegar al lugar de donde partía el bus. Llegué a las 11 pasadas y esperé tres eternas horas en las que dormí sentado en el piso y aguanté frío. Nada más.


En cuanto al trayecto, puedo decir que fue tranquilo, al menos el primer tramo: Múnich - París. Pese a ser casi doce horas, estuve cómodo y pude descansar un poco. En París había una escala de dos horas y media, así que aproveché para caminar un poco, muy poco, por la incomodidad del equipaje. No me llevé una linda impresión de la ciudad, pero dos horas no son suficientes para dar una opinión, así que espero volver algún día.


Por otra parte, el segundo tramo del viaje, el de París - Madrid, representaba cerca de quince horas. Ese sí me pareció demasiado incómodo debido a algunos pasajeros que iban en el bus y por la situación del coronavirus, que cada vez tomaba más fuerza en Europa. En todos los viajes en bus que había hecho hasta el momento, estuve prevenido, pero nunca sentí miedo; en este último, sentí pavor. Tal vez la mitad de los pasajeros iba tosiendo y estornudando, como si tuvieran la peor de las gripas. Afortunadamente hoy, más de tres meses después, puedo decir que, en caso de haberme contagiado de alguna enfermedad en ese bus, nunca sentí nada y que estoy 100 % saludable. 


Dormí muy poco, leí muy poco, incluso diría que intenté respirar muy poco durante quince horas. Había un ambiente extraño y pesado en ese bus que estoy seguro que no le permitió a nadie dormir. Bueno, además del ambiente, había un par de señoras que, Dios me perdone, pero hacían honor a todos los estereotipos negativos que puedan existir sobre los latinos, especialmente los caribeños. Estas dos señoras eran ruidosas, ordinarias, sucias... Puedo mostrarles cómo quedó el bus luego de que se bajaran; una lástima que lo hicieran en la primera parada en Madrid (la mía era la segunda) y no antes. No les miento: se sintió tanta paz cuando se bajaron, que en diez minutos descansé lo que no había hecho en quince horas. Así dejaron el bus.


 

Lo que se ve en el bolsillo del asiento es papel higiénico; al menos tuvieron la delicadeza de meterlo ahí, aunque hubiera sido un poquito menos desagradable si lo hubieran depositado en las bolsas de plástico blancas que había en cada fila de sillas. Es que me acuerdo y me dan escalofríos de lo mal que pasé esas quince horas.


Pero bueno, lo importante es que llegué a Madrid a las 8:30 a.m. Allí me recibió mi hermano. Ansiaba tomar un baño, comer otra cosa que no fuera sándwich, que además se me acabó justo esa mañana, y descansar. Eso hice y me sentí afortunado de haber completado la travesía: casi treinta horas en bus, pasando por tres países, atravesando por completo Francia y la mitad de España, con unos compañeros de viaje desagradables, etc. 


Eso fue todo por hoy, queridos lectores. Queda pendiente la ida a Portugal, que la veo con otros ojos, porque allí todo fue felicidad, calor, luz y amor. La historia la dejo para la siguiente entrada. 


Un abrazo y hasta la próxima.


Mauricio Téllez G.





















jueves, 28 de mayo de 2020

Viaje por Alemania V

CARNAVAL, MÁS FÚTBOL Y CARRETERA NUEVAMENTE



Hola, queridos lectores.


Luego de las aventuras de la entrada anterior, en la que les hablé sobre algunos planes culturales a los que asistí, sobre el tour por el estadio del Colonia FC (el RheinEnergieStadion) y sobre la encantadora ciudad de Bonn, seguimos con esta aventura que me trajo hasta Europa y que, por cosas de la vida, no ha permitido que me devuelva a Colombia. 


En esta entrada, les hablaré sobre tres momentos llenos de emociones encontradas. El primero de ellos es cuando asistí al Carnaval de Colonia. El segundo, cuando tomé la bici y me fui a una ciudad llamada Leverkusen. El tercero, cuando me despedí de Colonia. 


Sin más preámbulos, empecemos.


Carnaval de Colonia


En alguna entra anterior les había hablado de que la ciudad entera giraba al rededor del Carnaval durante los días previos; todos los días veía gente disfrazada, así fuera un lunes a las 10:00 p.m. En Colonia se respiraba un aire distino, que se hacía cada vez más notorio a medida que avanzaban los días y nos acercábamos al inicio de esta gran fiesta.


Por fin llegó el día. 20 de febrero, 11:11 a.m. Todos los habitantes y visitantes estaban reunidos en diferentes puntos de la ciudad. Había muchos disfraces coloridos, otros no tan coloridos, algunos un poco diabólicos, otros celestiales... Todo contrastaba con todo, pero había algo que era común entre todos: fiesta y alcohol. Aquí les muestro algunas fotos de disfraces originales.







Llegué a la plaza Heumarkt a eso de las 11:00 a.m. y ya estaba llena de gente. Algunas personas ya estaban borrachas, y eso me pareció extraño, pues no es común ver a alguien bebiendo desde las 10 o antes. Por lo menos no es común para mí, que nunca había asistido a algún carnaval ni fiesta de este estilo. 


El ambiente de la gente y la música que sonaba me llevaron comprar unas cervezas, pues, a pesar del frío, era necesario refrescarse y mantenerse hidratado. El conteo regresivo, visible desde una pantalla gigante desde la que también transmitían las palabras del alcalde y otros personajes, empezó. Claro, la ansiedad también creció. ¡Cinco! gritaba la gente. ¡Cuatro! Me imaginaba a toda la gente saltando y celebrando. ¡Tres! La ciudad está paralizada. ¡Dos! Todos contienen la respiración. ¡Uno! Esto va a ser lo más increíble del mundo pensé


Damas y caballeros, damos inicio al Carnaval de Colonia. No fueron las palabras textuales, pero me imagino que algo así tuvo que haber dicho el alcalde. Hubo un pequeño grito por parte de los asistentes y, los pocos que podían aplaudir, lo hicieron; los demás nos contentamos con levantar un poco nuestros vasos y hacer el gesto de brindar. Eso fue todo. Nada de euforia al 100 % ni de ruido extremo ni de felicidad extrema, como me lo había imaginado. En realidad, debo decirlo, me sentí un poco defraudado, porque tal vez esperaba ingenuamente algo parecido al jolgorio latino. Sí, había música, pero música cuadrada, de esa que no genera deseos de bailar, a no ser que el nivel de alcohol en la sangre (latina) sea considerablemente alto. No importa, había que disfrutar, porque más tarde tenía otro compromiso inaplazable. 




¿Pero qué compromiso podía tener justo el día en el que iniciaba el tan esperado carnaval?


Bayer Leverkusen


Unos días antes, mientras revisaba a qué pueblo o ciudad cercana a Colonia podía ir (en bici), me di cuenta de que Leverkusen era una opción. Busqué los sitios turísticos para visitar y la verdad es que no hay mucho, porque es una ciudad prácticamente hecha para los trabajadores de la enorme multinacional Bayern. Sin embargo, un lugar infaltable en la lista de cosas por hacer en Leverkusen es el estadio BayArena, casa del equipo de fútbol Bayer Leverkusen. 


Me llamó la atención, porque tal vez podría hacer un tour parecido al que hice en el estadio del Colonia FC, así que ingresé a la página del equipo. Una de las primeras imágenes que aparecían en la página era la promoción del juego por Europa League contra el FC Porto, pero no le presté mucha atención, porque supuse que la entrada, debido a la instancia de la competición y la calidad de los equipos, sería demasiado cara. No obstante, en mi interior sentía que debía seguir buscando y cotizando, porque tal vez habría alguna entrada económica. 


Y así fue. Me siento muy afortunado por haber encontrado una entrada tan económica para un juego como el que se jugaría el jueves 20 de febrero. Además de la boleta para el partido, compré otra para hacer el tour por el estadio, que, los días de partido, se realiza dos horas antes de que abran las puertas. El partido era a las 9:00 p.m., las puertas del estadio las abrían a las 7:00 p.m. y el tour era a las 5:00 p.m. 


Como se pueden dar cuenta, ese 20 de febrero inició el carnaval y también había partido. En mi plan de turista y de querer aprovechar lo máximo posible, decidí asistir al carnaval hasta la 1:30 p.m. y salir hacia Leverkusen en la bici, pues es una ciudad que está a una hora y media de Colonia, más o menos; no mucho, comparado con las tres horas que me tomó ir hasta Bonn. Arranqué.


La carretera estaba bien, aunque tuve que pasar por algunos bosques. Sabía que sería un poco difícil en la noche, cuando me tuviera que devolver. Cuando llegué, empecé a buscar otros sitios turísticos que había visto en internet. No me parecieron lindos y la ciudad tampoco. Casi no había gente y parecía una ciudad fantasma, gris, sin cosas interesantes por visitar más allá del estadio. En definitiva, una de las ciudades menos interesantes que haya visto; lo siento, Leverkusen. 


Sentí que estaba un poco perdido y aburrido, porque no había nada abierto y aún me faltaban casi dos horas para empezar el tour. Dejé la bici en un lugar cerca al estadio y entré al McDonald´s que está justo en frente del estadio; era lo único interesante. Tenía hambre y quería comerme una hamburguesa de ahí. Además, hacía bastante frío y quería calentarme un poco. Me caía de sueño; los ojos y las piernas me pesaban, porque ese día había empezado temprano y la exigencia de la bici también decía: "¡Presente!"


Al fin, luego de casi dos horas de espera impaciente, llegó el momento de hacer el tour. No recuerdo si les dije que el del RheinEnergieStadion (del Colonia FC) fue en alemán, pero muy divertido; este del BayArena fue en inglés, pero un poco aburrido. Creo que no es una buena idea hacer un tour por un estadio en día de partido, porque hay zonas que no están habilitadas y se siente un cierto afán por parte del guía para terminar rápido. En todo caso, tomé unas fotos mientras el recorrido:








Luego del tour, volví al McDonald's, porque no podía quedarme dentro del estadio, pero esta vez no me podía dar el lujo de comerme otra hamburguesa, no porque no quisiera o estuviera haciendo dieta, sino porque los pocos euros que me quedaban para el resto del viaje se reducían rápidamente. Esperé con tantas ansias y tanto cansancio a que fueran las 7:00 p.m., que me pareció eterna esa hora y cuarto. 


Poco a poco empecé a ver más aficionados de uno y de otro equipo. Unos iban y otros venían, como si no tuvieran un rumbo; eso sí, nunca un solo problema entre aficionados rivales.


Cuando abrieron el estadio, entré, pero me encontré con la sorpresa que no podía ubicarme en el asiento, porque solamente habían abierto la zona de comidas; las gradas abrían a las 8:00, lo que significaba otra hora de espera interminable. 


Decidí entonces flexibilizar mi política de austeridad para comprar unas papas fritas y una cerveza y poder decir con orgullo que había comido papas y cerveza al interior de un estadio alemán, pero no fue posible. No sé si sea en todos los estadios, pero al menos en el BayArena no reciben pagos en efectivo. Para poder hacer compras, hay que tener una tarjeta especial y, si no la tienes, debes alquilarla por 10 o 20 euros, no recuerdo bien, y, además del alquiler, debes recargarla con el monto que necesites para hacer tu compra. Una vez finalizado el partido, vas al sitio, devuelves la tarjeta y te devuelven el valor del alquiler. Después de saber que debía hacer todo eso para comerme unas simples papas con una cerveza, cambié de opinión.


El partido inició y fue muy lindo verlo desde una perspectiva imparcial, aunque un poco más hacia el lado del Porto, porque hay varios jugadores colombianos allí. Lástima que perdieron esa vez. 


Mi ubicación era en una esquina, como en oriental sur, en la última bandeja. En realidad, creía que no iba a ver nada, pero me alegré cuando me di cuenta de que no era así: veía todo muy bien: a las barras bravas del Porto, a las del Leverkusen, a los jugadores, a los entrenadores... Además, como estaba en la última bandeja, la más alta, el techo me brindaba respaldo en caso de que, como ocurrió, lloviera. Llovió mucho durante gran parte del juego. La gente que pagó más para estar más cerca, se mojó, mientras que yo, que no pagué casi nada, no me mojé (al menos durante el juego). La vida es así.


Hacía demasiado frío; pese a que tuviera la ropa térmica, la chaqueta y una bufanda, estaba temblando del frío. Temblaba también por el hecho de saber que debía irme bajo esas condiciones climatológicas, en bici, hasta Colonia una vez se acabara el encuentro, es decir, a las 11:00 p.m. Una cosa era que el partido se acabara a las 11, y otra era la hora a la que estaría partiendo de vuelta a Colonia. 


El partido se acabó y el resultado fue favorable al equipo alemán. Eran las once pasadas y me dolía todo el cuerpo debido al frío. Me costó bastante bajar las escaleras del estadio, porque tenía las rodillas entumecidas y el temblor del cuerpo no me dejaba moverme con normalidad. Agradecí no haber alquilado la tarjeta, porque me hubiera tomado más tiempo salir de ahí. Como pude, llegué al lugar donde estaba la bici y me disponía a montarme en ella para iniciar mi camino hacia Colonia, cuando empezó a llover de nuevo. Eran cerca de las 12. 


Además del frío, venteaba mucho. Me puse la capa para la lluvia. Tenía que estar mirando constantemente el celular. La capa hacía que el viento me frenara, como un paracaídas que frena a los carros Dragster. La pantalla del celular no funcionaba correctamente, porque tenía las manos frías; más que frías, diría que en un estado cercano al congelamiento. Me perdí, muy perdido. Me enfurecí. El mapa me mostraba una ruta, pero al mejor estilo de película de terror, en ese lugar solo había un montón de rejas y anuncios metálicos que rechinaban movidos por el viento. La capa no me cubría todo el cuerpo, entonces estaba mojado desde los muslos hasta los pies. Pasé por lugares, como les digo, dignos de una película de terror: parques abandonados a la oscuridad, la lluvia y el viento; paraderos de camiones; bosques que parecían embrujados; un puente que atravesaba el Rin, pero que tenía muros altos que no permitían ver hacia la carretera (lo cual lo hacía más oscuro) y paneles transparentes hacia el lado del río. Me pareció interminable ese puente y todo el camino, desde que salí de Colonia hasta que regresé. 


Después de mucho pedalear, de luchar contra el viento, la lluvia y la oscuridad, de perderme por un sitio al que no quisiera regresar y con la batería del celular casi muerta (menos mal no se me apagó, porque les juro que no hubiera sabido qué hacer), llegué a Colonia cerca de las 2:00 a.m. Comí algo y caí en un sueño profundo, que me sirvió de preparación para el día siguiente, que lo dedicaría completamente a disfrutar del carnaval. Sin embargo, no les hablaré más del carnaval, porque, aunque tengo historias interesantes, no quiero recargar este blog con esas experiencias. 


Mis últimos días en Colonia giraron en torno al carnaval, así que no hay nada más que contar.


Adiós, Colonia


Estaba ansioso por emprender mi nueva travesía que me llevaría hasta Madrid, pero, antes de eso, quería pasar un día en Múnich, junto a un amigo, quien me brindó la oportunidad de hospedarme por una noche y mostrarme la ciudad durante el día. ¿Se acuerdan de que el pasaje en bus desde Útrecht hasta Colonia me costó solo 5 euros? Pues el pasaje desde Colonia hasta Múnich me costó solo 1. Imagínense pagar 1 euro por un viaje de nueve horas, más o menos. Este es el momento en el que todavía no entiendo cómo funciona esa empresa; lo que importa es que el 26 de febrero, día en que se terminaba el carnaval, a las 11:00 a.m. arranqué, con mi equipaje completamente lleno y la maleta delantera pesada por los dulces y la botella de Jägermeister.


Última foto en Colonia

Como les conté al inicio de esta entrada, estos tres momentos generaron emociones contrastantes. El carnaval, aunque no fue lo que esperaba, no lo pasé mal. Leverkusen, aunque haya sido una de las experiencias más duras, disfruté al máximo del partido y del estadio. Por último, el adiós a Colonia, que, aunque hubiera sido mi casa durante solo un mes, me dejó tantos aprendizajes y momentos buenos y malos. 


No quiero continuar con sentimentalismos, así que dejo la entrada hasta aquí y los invito a estar pendientes de la sexta parte del viaje, en la que les hablaré sobre mi tiempo en Múnich y el viaje a Madrid. 


Les deseo mucha salud y les mando un abrazo. Hasta una próxima entrada.


Mauricio Téllez G.


jueves, 21 de mayo de 2020

Viaje por Alemania IV

CUARTA PARTE: MÁS CULTURA, COLONIA FC Y BONN






Hola, queridos lectores.


En la entrada anterior (a la que pueden acceder aquí), les hablé sobre algunas actividades que se pueden hacer en la Biblioteca de Colonia y algunos paseos que hice por la ciudad. Hoy quiero compartirles algunos planes culturales muy interesantes que se pueden hacer gratis. Además, les hablaré del tour que hice por en RheinEnergie, que es el estadio del Colonia FC, equipo de la Bundesliga donde juega el colombiano John Córdoba. También hay un espacio dedicado a una ciudad encantadora llamada Bonn, que es la ciudad del gran músico y compositor Ludwig van Beethoven, y de las gomas Haribo, que son reconocidas mundialmente.


Un concierto agradable


Una de las razones por las escogí Colonia como la ciudad en donde pasaría un mes fue porque allí conocía desde antes a dos chicas muy especiales: Lisa y Nicky (por cierto, Nicky es fotógrafa y hace un trabajo espectacular; pueden verlo en su cuenta de Instagram). Ellas me recomendaron que descargara una aplicación llamada Rausgegangen, en la que aparecen diariamente eventos gratuitos y de pago que se llevan a cabo en la ciudad.


Un día, luego de asistir a alguna actividad en la biblioteca, Lisa me escribió para preguntarme si quería ir a un concierto en un sitio pequeño; era algo relativamente privado y gratuito. Como no tenía ningún plan, acepté la invitación y me fui en búsqueda del lugar. Cuando llegué, me di cuenta de que en realidad era bastante pequeño; no me imaginé que fuera así. Allí vendían cerveza, café, comidas de paquete y alguna que otra cosa más; era como una cafetería pequeña o, en mi opinión, como una cigarrería. 


Creo que el lugar se llenó con unas veinticinco personas, de las cuales tal vez máximo una conocía al artista que se presentaba: un belga, cuyo nombre no recuerdo. Tenía una voz particular y el estilo de su música era bastante melancólico. Decía que su vida era viajar, estar de gira, siempre en su carro componiendo canciones tristes y viviendo de los miniconciertos que daba. "Pero eran gratis, ¿cómo le hace para vivir?", pensarán algunos. Pues de la venta de discos (creo que esa no es la forma más adecuada de ganar dinero hoy por hoy) y de las donaciones. 


En Alemania hay algo que me parece muy curioso y es que en los eventos gratuitos pasan un sombrero entre los asistentes para que cada uno deposite una donación del monto que sea; hay gente que es muy generosa y dona 20 euros, pero creo que son más los que donan cinco o dos euros. En todo caso, vivir de estas donaciones es un trabajo tan admirable como arriesgado.


La pasamos muy bien en el concierto y tomamos algunas cervezas. Hablamos en una mezcla de alemán e inglés muy divertida y, al salir, las acompañé a la estación del tranvía. Estaba haciendo demasiado frío, porque ya eran más de las 11:00 p.m. (en pleno invierno alemán), pero el calor de una buena conversación hizo que el frío no fuese un problema. Cuando entraron a la estación, me subí a la bici y recorrí la ciudad para buscar mi hospedaje. 


Por cierto, les recomiendo una aplicación de mapas que me fue muy útil durante todo el viaje, no solo en Colonia, sino en Múnich, en París, en Madrid y en Lisboa: Maps.me


Concert in Cologne
Concierto en Colonia

Visita al RheinEnergieStadion, del Colonia FC


En otra ocasión, tal vez un domingo o cualquier día en la mañana, que eran los momentos en los que planeaba las actividades que realizaría, decidí que tenía que conocer, sí o sí, el estadio del Colonia FC, el RheinEnergieStadion. Empecé a indagar sobre su ubicación y el costo para entrar. Al ver que no era lejos y que estaba rodeado por mucha naturaleza, no lo dudé y me fui a conocerlo. 


El estadio queda en una zona al occidente de la ciudad llamada Lindenthal, más concretamente en Müngersdorf. Como les digo, hay muchas zonas verdes, árboles y cuerpos de agua magníficos. Allí di un buen paseo, que me sirvió para pensar, respirar y admirarme por la belleza del paisaje. 


Adenauerweiher
Adenauerweiher

Cuando terminé el paseo, fui al estadio, compré la entrada para hacer el tour y, como  era la siguiente semana, me devolví al apartamento, no sin antes preguntarle al vendedor sobre la posibilidad de ver algún entrenamiento o conocer a los jugadores; de verdad quería conocer a John Córdoba, no porque fuera mi ídolo de infancia, sino porque es un referente del equipo: ¡es el goleador! El vendedor me dio toda la información sobre los partidos y los entrenamientos abiertos al público. 


A la semana siguiente, con la información que me dio el vendedor y con la motivación de ver al equipo entrenar, me fui al sitio de entrenamiento, que quedaba muy cerca del estadio. Allí pude ver una sesión con todo el equipo. Yo estaba de pie y tan solo una valla nos separaba a los espectadores de los jugadores. Fue interesante ver todos los ejercicios y secuencias que hicieron; ahí me di cuenta de que son unos verdaderos profesionales y de que tienen demasiado nivel. También me imaginaba: "si así es un entrenamiento de un equipo medio de la Bundesliga, ¿cómo será uno de un equipo top español o inglés?" Tal vez algún día tenga la oportunidad de presenciar una sesión, ojalá del Chelsea FC.


Estaba satisfecho por haber estado ahí, pero aún quería mi foto con Córdoba. Cuando el entreno se acabó y los jugadores firmaban autógrafos mientras salían por un camino estrecho, le hablé a Córdoba en español, naturalmente. Creo que se sorprendió cuando me escuchó, porque en seguida sonrió al escuchar a un compatriota. Cruzamos un par de palabras y me tomé esta foto junto a él. Misión cumplida.


John Córdoba
John Córdoba

En cuanto al tour por el estadio, puedo decir que fue fantástico, porque la guía era superamable y tenía la información muy clara; además hablaba con muchísima seguridad sobre la historia del equipo y del estadio, que nos dejó a todos sorprendidos. 

Como es habitual en un tour de estos, entramos en todos los rincones del estadio e incluso salimos al campo de juego tal y como lo hacen los jugadores en días de partido, es decir, con la música de ambiente y por el mismo camino. No sabía que este equipo moviera tantas pasiones a nivel internacional; lo digo porque había una chica inglesa que incluso lloró cuando escuchó la canción del equipo mientras salíamos al campo de juego. Por supuesto, la cancha es sagrada y no permiten que nadie pise el terreno de juego, so pena de ser expulsado inmediatamente del tour. Definitivamente, fue toda una experiencia haber estado en el RheinEnergieStadion.






Bonn


Siguiendo con nuestro itinerario para esta cuarta parte de mi viaje, vamos ahora a Bonn, una ciudad mítica, llena de historia y de belleza. En el año 2018 ya había tenido la oportunidad de estar allí, pero no había podido recorrerla como lo hice esta vez. 


Para empezar, debía buscar cómo llegar desde Colonia, y, como es de esperar para una ciudad tan cercana, la opción más simple era tomar el metro. Sin embargo, esta no es una opción económica para alguien con un presupuesto tan reducido. ¿Qué hacer entonces? Tomar la bicicleta y pedalear durante unas dos horas, aproximadamente, hasta llegar al centro de Bonn. En el camino vi unos paisajes increíbles y, saliendo de Colonia, me topé con las casas más lujosas que había visto hasta ahora en Alemania. Todo era muy lindo, menos el clima, porque hacía viento, lloviznaba por momentos y tenía que estar mirando el mapa en el celular constantemente. Sin embargo, tenía la meta de llegar a Bonn para poder hacer tres cosas: entrar a la casa de Beethoven, recorrer el centro histórico y el mítico Bundesstadt e ir a la fábrica de Haribo. Estaba motivado.


Cuando llegué a Bonn, estaba lloviznando; menos mal tenía una capa para la lluvia, que me acompañó todos los días de mi viaje. En el centro de la ciudad busqué dónde dejar la bici, me comí un par de sándwiches que había llevado y entré al museo de Beethoven. No recuerdo cuánto me costó la entrada, pero sí recuerdo que me dieron un descuento por mostrar mi carnet de estudiante (he obtenido varios descuentos con ese carnet, así que, si tienen uno, no importa de qué universidad, llévenlo siempre a sus viajes). 


El recorrido en el museo dura aproximadamente una hora y media, dependiendo de las partes en las que uno esté interesado. Te dan una audioguía disponible en numerosos idiomas y solo tienes que reproducir la pista con el número que coincide con la parte del museo en la que estés. 


Me sentía muy cansado por el trayecto en bici y por el recorrido en el museo, pero sabía que aún me quedaba mucho por hacer, así que fui a caminar por el centro de Bonn. Recorrí las calles históricas, el Bundesstadt y entré a una iglesia que me pareció llamativa. 


Bundesstadt
Bundesstadt de Bonn

De ahí me fui a Haribo, a unos veinte minutos. Me parece increíble que la gente vaya a hacer mercado de dulces; van familias enteras y llenan los carritos de mercado con los productos de la marca, que van desde las tradicionales gomas de los ositos hasta útiles escolares. Es un sitio grande y en las cajas registradoras hay degustaciones de gomas. Ah, se me hace agua la boca mientras escribo estas palabras. 


Allí compré una buena cantidad de dulces para llevar a Bogotá y repartirlos entre mis seres queridos, pero a ellos siento decirles que ya no queda nada de todo lo que compré; esas fueron mis provisiones durante los dos primeros meses de confinamiento. Lo siento mucho, pero déjenme decirles que las disfruté.


Haribo
Fábrica de Haribo en Bonn

Ya casi eran las 6:00 p.m. Como se podrán imaginar, estaba muy cansado por todo lo que había hecho durante el día, pero aún me faltaba regresar a Colonia. Otras dos horas pedaleando, sin haber almorzado bien, en la oscuridad y la soledad del camino y el peso de la maleta, que ahora estaba cargada con las gomas y con una botella del que para mí es el mejor trago del mundo: Jägermeister. Vi una edición especial que no había visto en Colonia, así que decidí comprarla y llevar un poco más de peso; al fin y al cabo, solo eran dos horas más pedaleando, ¿no?


Admito que el trayecto fue un poco tenebroso, porque tomé un camino por la ribera del río Rin: no había luz y todo lo que podía ver era gracias a la pequeña lámpara que tenía en la bici. Recuerdo que le rogaba a la vida que, por lo que más quisiera, no se le fuera a acabar la pila a la lámpara, porque entonces estaría en problemas. A mi lado derecho estaba el río, y a mi lado izquierdo, una colina con casas. Había unos cuantos caminos para salir de allí, pero eran bastante empinados, así que decidí seguir por la ribera. Todo iba bien, hasta que me encontré con que el agua tapaba la vía: ¡no podía seguir! Me asusté un poco, porque tuve que dar media vuelta y buscar uno de esos caminos empinados para poder salir de ahí. Cuando por fin salí a la carretera, me sentí aliviado, aunque aún me faltara más de la mitad del camino por recorrer y ya estuviera completamente oscuro.


Río Rin
Río Rin  

Luego de esta odisea, llegué a la casa, sano, salvo y sin piernas. No obstante, estaba feliz por haber cumplido todo lo que me había propuesto para ese día. 


Bueno, queridos lectores, eso fue todo por hoy. Espero que hayan disfrutado el relato de la cuarta parte de mi aventura y que les sirvan las recomendaciones que les he dado. Nos vemos en la quinta parte de mi viaje, en donde les hablaré sobre el Carnaval de Colonia y sobre otra aventura futbolística que jamás pensé que tendría. 


Que sean felices.


Mauricio Téllez G.

viernes, 15 de mayo de 2020

Día del profesor

¡GRACIAS, MUCHACHOS!

Día del maestro
Feliz día, maestros

He tenido ya algunas experiencias como profesor de música y de ELE y quiero decir, con toda sinceridad, que no es un trabajo fácil y que no es para todo el mundo, porque no hace falta quien piense que, como estudié música e idiomas, debo saber enseñar.


Con el tiempo, he confirmado un secreto a voces: ser maestro es una vocación; es un don sagrado que les fluye naturalmente a quienes lo tienen y reflejan en sus ojos esa pasión por la enseñanza y por sus estudiantes. De verdad, los admiro, tanto como a los profesionales de la salud; desde siempre.


Aprendí mucho de todas las experiencias que he tenido como profesor, y cuando reflexiono sobre cada una de ellas, encuentro un nuevo aprendizaje. Sin embargo, hay dos que han dejado en mí una hermosa huella: el Colegio Cumbres y el coro Los Paulinitos.


En el Cumbres conocí un grupo de muchachos comprometidos, respetuosos y con ganas de aprender, lo cual me permitió ser yo mismo y no sentirme profesor (o míster, como me llamaban); me sentía más como una guía, un acompañante en su aprendizaje y por eso lo disfruté tanto. No guardo ni un solo recuerdo que me haga fruncir el ceño en señal de desagrado.


Por su parte, en Los Paulinitos viví mis mejores momentos como niño y como músico. Una vez más, no me sentí el profesor (o profe, como me llamaban), sino que me sentí más como el hermano mayor de los niños. Creo que aprendí de ellos más de lo que pude enseñarles, si es que en realidad algo les enseñé.


Después de todo, hay algo de lo que estoy seguro y es de que en algunos de quienes han sido mis estudiantes he dejado un buen recuerdo que va más allá del conocimiento teórico que les pude haber transmitido; son experiencias que, cuando vengan a su memoria, les sacarán una sonrisa. Probablemente sea un iluso al creer semejante cosa, pero, sin duda, puedo decir que siempre sonreiré cuando piense en quienes fueron mis queridos estudiantes.


Feliz día, maestros.

martes, 12 de mayo de 2020

Viaje por Alemania

TERCERA PARTE: CULTURA, EJERCICIO Y MÁS CULTURA


Hola, queridos lectores. 


En la entrada de hoy voy a continuar con el viaje, que quedó un poco en pausa luego de la última entrada (que pueden ver aquí). No sé si también les pase, pero, a pesar de tener bastante tiempo disponible, es difícil concentrarse y realizar labores que no sean de entretenimiento (redes sociales, música, videos, etc.). En unas clases virtuales a las que asistí sobre un tema que me interesa, el profesor decía que siempre es bueno tener a alguien que te presione, en el sentido que te veas obligado en cierto modo a cumplir con una labor determinada. Seguramente funcione, así que haré cuenta de que ustedes son ese alguien que me presiona para publicar entradas con mayor frecuencia; recuerden que solo lo hago porque me gusta escribir, quiero mantener la mente ocupada y quiero compartir con ustedes mi experiencia.


Bien, volviendo al asunto central, mi viaje por Alemania, en esta cuarta parte les contaré algunas actividades que realicé para practicar mi nivel en el idioma y conocer más la ciudad (Colonia). Pueden tomarlas como consejos cuando hagan un viaje similar a cualquier país, porque en la mayoría de ellos se puede encontrar este tipo de actividades.



Cultura


No recuerdo si en alguna de las entradas anteriores les comenté que no quería pagar un curso de alemán, porque en su mayoría están enfocados en gramática y, así tengan un módulo comunicativo, no me parece que valga la pena pagar casi 200 euros por semana (y mucho menos cuando el presupuesto general es tan reducido). En todo caso, antes de llegar a Colonia me había contactado con una escuela para tomar una clase de prueba, que fue el día que llegué (luego de pasar por todo lo que pasé). 


Ese día, mientras mis compañeros de clase me decían sus nombres y hacían una pequeña presentación, noté que había una colombiana, paisa, para ser exacto. Era imposible no darse cuenta de su origen, ya que hablaba el alemán con el cantadito paisa característico. Desde que la vi supe que era una gran persona: alegre, con buen sentido del humor y dispuesta a darme consejos para pasar esos treinta días en esa ciudad. 


A pesar de que solo hablamos unos pocos minutos, me habló de unas actividades que se llevaban a cabo todos los días en la Biblioteca de Colonia, las cuales estaban enfocadas en el aprendizaje del idioma por medio de diferentes eventos: tándems, clubes de conversación, juegos de mesa, entre otros, y eran abiertas a cualquier persona, sin necesidad de inscribirse ni mucho menos de pagar. Me llamó la atención, porque sabía que en la biblioteca podía conocer a otras personas con quienes praticar, sin necesidad de gastar dinero en cursos de idiomas. Además, disponía de una cantidad de material inimaginable, que iba desde libros de literatura infantil hasta libros en alemán especializados en medicina. 


En ese lugar pasé gran parte de mis tardes, pues los eventos eran a las 5:00 p.m., pero yo llegaba a las 2:00 p.m., más o menos, para estudiar y leer. Claro, no siempre estuve ahí, porque entonces no hubiera podido conocer ni recorrer la ciudad de la manera en laqla lo hice, siempre con la bici como mejor compañera.


Resultó ser que un viernes, cuando salía de la biblioteca y me disponía a ir a cenar (en otra entrada les hablaré un poco sobre la comida), me topé con una gran caravana de ciclistas en la calle. No sabía de qué se trataba, pero me llamó mucho la atención y, como iban en la dirección en la que yo también debía ir, me les uní, sin más. Había toda clase de bicicletas: con carritos para cargar bebés o mascotas, con sillas para el mismo fin, con luces en todas partes, con sistemas de audio que cualquier automóvil envidiaría... Y cada ciclista con su historia particular. Eran muchos. 


Estaba asombrado por la cantidad de gente que montaba en bici sin un destino aparente y ese asombro hizo que los siguiera a dondequiera que fueran (Ya sé: ¿A dónde va Vicente? A donde va la gente.). Pregunté de qué se trataba y me dijeron que era el Critical Mass, un evento que se realiza los últimos viernes de cada mes y es una especie de protesta de los ciclistas para que se mejoren las condiciones de seguridad y movilidad para ellos. Hasta ahora me entero de que esto existe en diferentes ciudades del mundo. 


Pasé por lugares increíbles y en mi mente quedarán las postales magníficas que no pude captar con el celular, porque era de noche y el grupo se movía rápido. Sin embargo, aquí tomé algunas fotos.


Catedral de Colonia
Catedral de Colonia

Kölner Dom
Al fondo la Catedral, majestuosa

Lanxess Arena
Lanxess Arena

Ejercicio


Hacer ejercicio es algo que disfruto, no tanto correr, pero de vez en cuando lo hago, y no quería irme de Colonia sin poder decir que corrí por la orilla del Río Rin. Hay un camino hermoso para recorrer, y mucho mejor si es un día soleado. Ese día, no obstante, llovía. Mucho. 


Un sábado en la noche me propuse que al otro día iría a correr por aquel camino; con lo que no contaba era con que ese domingo amanecería lloviendo y estaría haciendo mucho frío. No me importó, porque ya me lo había propuesto y estaba decidido, así que tomé mi bicicleta y me fui hasta el Schokoladen Museum, donde la parqueé, y empecé a correr. Corrí mucho, bajo la lluvia, pero disfruté aún más de las vistas maravillosas del Rin y de las edificaciones que lo adornan a lado y lado. Se me dificultó tomar fotos, ya que el frío se multiplicaba por cien debido a la lluvia; ¿alguna vez han intentado manipular el celular con las manos mojadas y a una temperatura extremadamente baja? Lo hice y me resultó casi imposible, pero les dejo algunas tomas.

Río Rin
Río Rin

Rhein
Río Rin bajo la lluvia

Puente Hohenzollern
La perspectiva bajo un puente

Y más cultura


Hay muchas cosas que hacen que Colonia sea una referencia turística, no solo de Alemania, sino de todo el mundo. Una de esas cosas es el famoso Carnaval de Colonia, un carnaval lleno de colores, disfraces, música, licor y alegría; todo eso, pero al estilo europeo. En una próxima entrada les contaré mi experiencia en estos cinco o seis días de carnaval. 


Como era de esperar, la ciudad entera giraba en torno a este evento: todas las noches de febrero veía gente disfrazada saliendo de fiestas, algunos borrachos, otros no tanto, algunos gritando arengas carnavalescas originales en el dialecto propio de la ciudad, el kölsch... Había de todo, todos los días.


Unas semanas antes del Carnaval


Pero algo muy lindo que me ocurrió fue enterarme de que dos domingos antes de que iniciara el carnaval, en una construcción que solía ser una iglesia, harían una feria de carnaval, en la cual podría conseguir un atuendo especial para no pasar desapercibido ante los ojos del Gran Carnaval. Fui y me encontré con una feria llena de gente en donde había desde lo más pequeño (botones) hasta lo más extravagante, pero todo relacionado con el evento. Recorrí el lugar con curiosidad y entré a la iglesia, en donde había más puestos de ropa y accesorios. También había una zona de comidas y, cómo no, decidí comprar un postre alemán muy tradicional, hecho por las manos de una abuela 100 % alemana. Qué experiencia; inolvidable. Me sentía muy feliz por haber entablado una conversación sencilla con la señora, a quien felicité por el gran sabor de ese postre. Soltó una sonrisa al escuchar mis palabras en un alemán atravesado, pero parece que disfrutó de mi cumplido. A decir verdad, creo que yo disfruté más del postre y del contexto en general.


Ya estaba terminando mi recorrido por aquel lugar, cuando una vendedora se me acercó amablemente y me preguntó si necesitaba algo. Le dije que no buscaba nada en particular, pero que quería encontrar algo para usar en el Carnaval. Me imagino que ella era de las paisas alemanas, porque en seguida me empezó a mostrar los artículos que tenía y que creía que me quedarían bien; una vendedora genial. Resulté comprando una bufanda colorida y una medalla, que también son un acompañamiento para el vestuario de Carnaval. 


Ese día estaba tan feliz de haber vivido todo lo que viví en esa feria... Puede parecer insignificante, pero por alguna razón me sentí satisfecho y embelesado por la experiencia.


Kölner Karneval
Feria al interior de la iglesia

Feria precarnaval
Feria de carnaval

Apfelkuchen
Un delicioso postre 100 % alemán


Creo que dejaré esta entrada hasta aquí, porque no quiero cansarlos con mi relato. Espero que hayan disfrutado de esta cuarta parte de mi viaje y, sobre todo, espero que estén bien en estos momentos de crisis. Sigan cuidándose y siendo los ciudadanos responsables que el mundo necesita hoy más que nunca. 


Que sean felices.


Mauricio Téllez G.