TERCERA PARTE: COLONIA
Hola, queridos lectores. En primer lugar, y antes de empezar con la tercera parte de mi viaje, quiero agradecerles a los que se toman el tiempo de leer mis entradas completas; las escribo con amor y con el fin de contarles un poco cómo ha sido mi experiencia en Europa (esta es mi entrada anterior). Hay quienes prefieren hacerlo por medio de selfies y videos, y los suben de inmediato a las redes sociales, pero hay otros que no son tan fotogénicos y que deciden tomarse el tiempo de pensar en lo que van a contar. Soy del segundo grupo.
Luego de ese primer día tan movido que tuve en Colonia, por fin llegué a donde me encontraría con quien me alquilaría su habitación. Llegué más o menos a las 5:00 p.m., pero él estaba trabajando y luego tenía una clase de yoga, así que me tocaba esperar unas tres horas. Afortunadamente había un McDonald's en la esquina del edificio, así que entré allí, me compré un par de Cajitas Felices (eran las más baratas y venían con todo... Hasta con unos libros para niños, que aún conservo). Me costaba muchísimo mantenerme despierto, pues creo que nunca había estado tan cansado. Además, tenía todo mi equipaje conmigo y no podía descuidarlo; fue una lucha constante contra mi cansancio.
A eso de las 8:00 p.m. llegó el chico. Lo había visto en una fiesta en mi anterior viaje a Alemania, pero jamás habíamos hablado en persona (para quienes se preguntan cómo llegué a alquilarle su habitación, les digo que fue una cadena de coincidencias que este es el momento que no me la creo; a veces el destino hace todo para que uno pueda llevar a cabo sus anhelos, ¿no creen?). Cuando lo vi por primera vez, noté inmediatamente que era una gran persona: muy tranquilo, amigable, querido por todos, despreocupado... Es indio y habla un inglés muy bueno, pero muy rápido y con el acento típico de los indios cuando hablan inglés; eso, sumado a mi cansancio extremo, hizo que me costara demasiado entenderle, pero conversamos un buen rato mientras me mostró el apartamento y cocinó un plato de lentejas.
Dormí unas doce horas de corrido en la sala, pues ahí me quedaría por unos días mientras él desocupaba su habitación. Me levanté pasado el medio día, en parte por el cansancio, pero también porque aún me estaba acostumbrando al cambio de horario (en los Países Bajos me levantaba a las 11:00 a.m.). Me costó acostumbrarme.
No tenía un plan específico, pero sabía que ese segundo día debía ir a la Catedral, un edificio espectacular, lleno de historia y arte. Ya la conocía, pero siempre sorprende por su tamaño y su imponencia. Sin embargo, hay algo que no me termina de gustar: la fachada siempre se ve un poco oscura, como sucia. No sé si sea un fenómeno natural o si sea contaminación, pero siempre la he visto así.
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| El único momento sin viento en la cima de la Catedral |
Por supuesto, también entré a la iglesia. Siempre sorprende la belleza y el arte invaluable que hay dentro: pinturas, esculturas, vitrales, arquitectura, instrumentos musicales... Todo hace que sea una experiencia inolvidable.
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| Una obra de arte increíble |
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| Uno de tantos vitrales en la Catedral |
Al salir de allí, fui al puente Hohenzollern, un punto turístico imperdible en Colonia, pues allí muchas parejas instalan un candando en la estructura del puente como símbolo de amor. Además de ver el colorido de los cientos de miles de candados, se puede ver la cantidad de trenes que entran y salen de la Estación Central. El puente cruza un río que ha sido primordial durante la historia, no solo alemana, sino europea, pues es la vía fluvial más utilizada en el continente: el Río Rin. Es increíble ver tanta belleza en un solo sitio.
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Todo el puente está lleno de candados y ahora los están poniendo
en los sitios cercanos, como se ve en la foto |
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| El gran Río Rin |
Hasta aquí esta tercera parte de mi viaje por Europa. Aún quedan historias por contar de mi tiempo en Alemania, mi travesía por tierra hasta España, mis días en Portugal y mi cuarentena de vuelta en España. Espero que estén disfrutando este viaje como yo lo he disfrutado y que estén llenos de salud en estos tiempos difíciles.
Que sean felices y hasta la siguiente.
Mauricio Téllez G.
Me gusta mucho esta visita guiada, aunque valdría la pena en que detuvieras más en cada lugar, tú que tienes ese don sensible, el viaje aún no acaba!!
ResponderEliminarHola, Manolitochimbi. Qué gran idea; la tendré en cuenta para unas próximas entradas. ¡Un abrazo!
EliminarTristemente la sensación de suciedad en los monumentos es producto de la contaminación..eso no nos deja apreciar en todo su esplendor lo que tenemos en frente.
ResponderEliminar¡Que magnifico lugar! No he tenido el placer de conocer Europa pero esas escaleras en espiral me hacen recordar dos cosas: 1. las escaleras del palacio Barolo de Bs. As, es impresionante recorrerlas y al final llegar a la cúspide y ver tan ¡magna vista! Y 2. Me hacen recordar un libro que leí de Jane Austen, con esta simbología de las escaleras en espiral, se llama la abadía de Northanger.
Bueno, ha sido grato leer una nueva experiencia y espero conocer un día ese lugar.
Saludos!
Gracias, Catalina, por leer la entrada y comentarla.
ResponderEliminarSí, estas escaleras, aunque a veces sean difíciles e incómodas de subir, tienen en común que al final siempre hay una vista maravillosa; me pasó en Colonia, en Múnich y en Lisboa. Aún no conozco Buenos Aires, pero deseo hacerlo, así como tú con este lugar.
¡Un abrazo!