jueves, 18 de junio de 2020

Viaje por Portugal

LISBOA, QUÉ BELLA ERES


Hola, estimados lectores. 


Quiero contarles que la semana pasada fue un poco movida, porque por fin, luego de mucho tiempo, las restricciones en Madrid se relajaron un poco, así que me dediqué a caminar y a conocer la ciudad, que es hermosa. Además de eso, el clima primaveral tiene ese poder mágico que enamora a cualquiera. Debido a estos paseos que no había podido hacer durante mucho tiempo, no alcancé a continuar con el relato de mi aventura por Europa. Pero aquí estoy y esta vez los llevaré a Portugal.


Como les dije en la entrada anterior, mi visita por tierras portuguesas fue perfecta: disfruté de cada momento que estuve allí. Fueron tres días inolvidables por diferentes razones; una de ellas fue la posibilidad de no usar ropa de invierno, porque el clima era cálido y acogedor. Luego de haber pasado frío y de casi no ver el sol durante dos meses en los Países Bajos ni en Alemania, llegar a Lisboa y sentir la libertad de andar tranquilamente solo con una camiseta, un pantalón y unos tenis se sintió increíble. 


Pero antes de continuar, les cuento cómo llegué a Lisboa. Había comprado un pasaje en bus con una empresa muy buena. El bus saldría de la estación de buses de Madrid a las 2:00 a.m. y llegaría a Lisboa a eso de las 9:00 a.m., más o menos. No tenía un destino fijo al llegar a mi destino, pero sí que tenía un lugar para pasar las tres noches que estaría allí: en casa de un amigo, casi familia. 


Como les decía, el bus saldría a la madrugada y, como sabrán, tomar un bus en la madrugada no es tan cómodo, porque, las veces que lo hice, pasé un poco de frío y, por obvias razones, no se descansa nada. Esta vez, mientras esperaba en la estación de Madrid, intentaba no quedarme dormido. Caminaba, subía y bajaba las escaleras, intentaba hacer que el tiempo pasara rápido. Sin embargo, a eso de las 12 nos dijeron que iban a cerrar la estación, así que debíamos ir al lugar donde se toman los autobuses, que era un piso abajo y en donde había muy pocas sillas. Era un lugar estrecho, no muy largo y sin nada que ver, más allá de unos cuantos buses estacionados, a veces recogiendo gente. Decidí sentarme en el piso y esperar con paciencia a que el bus con destino a Lisboa llegara. 


De repente, alguien me despertó con las siguientes palabras: "¿Va a Lisboa? El bus ya se va". Se imaginarán lo que sentí en ese momento. Afortunadamente, cuando llegué al bus, aún se estaban subiendo los últimos pasajeros, entonces no tuve problemas. Arrancamos.


Pasó la madrugada y mi primer recuerdo de Portugal es una tienda hermosa en donde hicimos una parada para desayunar. Allí se respiraba un aire muy tranquilo, como de campo; me encantó ese lugar, pero es una lástima que no recuerde su nombre. Me quedará en la memoria esa hermosa casa blanca con puertas de madera clara y suelo de baldosa un poco vino tinto; todo combinaba perfectamente. Además, fue mi primera experiencia con el portugués y, a decir verdad, me sentí bastante cómodo comunicándome en ese idioma.


Como estaba planeado, llegamos a Lisboa a la hora estimada. Cuando se llega por tierra, se atraviesa un puente que cruza el río Tejo. En esa época del año, inicios de marzo, aún amanece tarde, entonces el sol hasta ahora se asomaba. Esto me permitió ver una de las postales más bellas que vi durante todo mi viaje: imagínense el sol naciente que ilumina el río, mientras uno lo atraviesa por un puente que pareciera que flota por sobre las aguas calmas durante una buena cantidad de minutos. Gran bienvenida me dio Lisboa. 


Llegué y tomé el metro hacia el centro: quería aprovechar todo el día para caminar y conocer, así que eso hice. Por cierto, mi equipaje esta vez era solo una mochila pequeña y mi calzado eran unos tenis bastante apropiados para caminar (completamente lo opuesto a los viajes anteriores, en los cuales debía andar con todo el equipaje y con unas botas inv(f)ernales). Estas son algunas fotos de mi primer día en Lisboa.





Por favor, que nunca falte el Jäger.



Yo sé: soy un mal turista, porque no me acuerdo del nombre de esos lugares y, mucho menos, de su historia, pero eso no importa, porque en verdad disfruté mucho de su visita y siempre estarán en mi memoria.


Al día siguiente, mi amigo me invitó a Fátima, una ciudad encantadora llena de misticismo por las apariciones de la Virgen ante unos niños hace bastantes años. Fuimos con su familia, así que fue un paseo muy agradable y enriquecedor. Allí compré algunos detalles que, por suerte, pasaron la prueba de la cuarentena en España (pero solo porque no se podían comer). En fin, les agradezco a mi amigo y a su familia, porque mejor no pude estar en Lisboa.



Mi tercer día en Portugal no dejó de ser mágico. Volví a caminar por la ribera del Tejo, comí unos pasteles que se llaman pastéis de Belém (pastel de nata) y me tomé unas cervezas en la noche; perfecto. 








Al día siguiente tuve que decirle adiós a esta hermosa ciudad, una de las más lindas, si no la más linda que haya conocido. Volveré, Lisboa, porque sé que hay más magia en ti. 


Llegué a España y, a los pocos días, declararon el estado de alarma. Hasta ahí llegó mi tiempo de turista, pero empezó una etapa de mi vida inolvidable, en la que decidí retomar este bello ejercicio de escribir. 


Bien, hasta aquí llega esta parte de la aventura. Espero que la hayan disfrutado tanto como yo. En la próxima entrada les hablaré un poco de mi tiempo en Madrid junto a mi hermano y mi cuñada. 


Que sean felices.


Mauricio Téllez G.